(Read while you listen-new window- Stairway to Heaven- Led Zeppelin subs PT)
Querido sobrino/s,
Hoy es una noche de esas en las que no se si darte medicina o arte para desayunar. Me lleva la semana rondando (literalmente, se mueve a mi alrededor) la cosa de la mediocridad. Me gusta y me interesa, no se si tengo algo relevante que aportar. En realidad, como mínimo, una anécdota, para las noches en las que te sientas mal. Siempre reconforta saber que los demás también tienen días de ridículo sin par…
Cuando acabé el «high school» (para que nos entendamos) en Las Palmas me licencié en muchas cosas pero sobre todo en ser sujeto pasivo de algunas cuestiones que me afectaban en profundidad. El proceso de «canarización» fue una trasmogrificación en toda regla, entre otras cosas por superponerse al de maduración acelerada propio de la adolescencia. Pero eso es otra historia.
Decía que cuando agitaba las alas ansioso, preparándome para desplegarlas con inmediatez, mis profesores, Maestros, me transmitieron un mensaje claro, algunos más explícitamente que otros, que se podría resumir así: «te lo sabes todo, no entiendes nada».
No es que no comprendiese, y sorprendentemente bien, la física o la química, no es que los ejercicios de gramática no fuesen para mi un juego de niños. Digo sorprendentemente bien porque años antes no era un estudiante destacado, en particular un comprensor destacado. En tiempos no tan pretéritos había supuesto un esfuerzo titánico dejar a un lado la, siempre práctica, muletilla de la memoria de elefante para enfrentarme a la incertidumbre de la aprehensión genérica del conocimiento. Con esfuerzo titánico me refiero a lagrimas empapando libros y noches de angustia de todavía dolorosa evocación.
Era un ultraje, claro. No había sacado menos de un sobresaliente en ninguna materia teórica en tres años y lo otro, la educación física, lo había ido mejorando y amando. Bueno, no voy a continuar deshaciendome en elogios a mi querido yo adolescente pero te prometo que, sobre el papel, cuando me recuerdo en mis sacrificios, en las luchas mundanas, y divinas, todavía visualizo a alguien a quien me gustaría volverme a parecer. Podría ser debido a que me hago viejo pero la realidad es que recuerdo a ese joven godo con ternura desde que la vida y la geografía me obligaron a dejarlo atrás.
Un ultraje decía. Pero en realidad yo sabía que no lo era tanto; no lo era en absoluto. Por el camino de la eficacia y la eficiencia, incluso por el camino de el amor y la empatía, había arrebatado, tan sólo oficialmente, un lugar que no me correspondía a otras personas no sólo más sabias sino también más brillantes, mejores, como Elena, Artemis, Yeray… bueno tu propia madre, especialmente tu madre.
Supongo que no te habrá contado. Es una historia compleja la suya pero no me corresponde a mi desvelarla. Baste decir que leía libros con 8 años que yo no me he atrevido a atacar como adulto de hábito lector curtido. Baste decir que mi gracioso entender de la filosofía moderna a nivel de secundaria se basa, si, en cierto entusiasmo, si, en un profesor al que no le caía bien y al que le debo mucho pero, sobre todo, a una excepcional introducción y apuntes heredados de mi hermana.
Esto no venía mucho al caso, aunque nunca está mal saber de los padres por las historias de otros, para evitar nuestro sesgo de ser hijos, y el suyo propio, del que hablamos ayer. La cuestión es que de ultraje nada, la cruda realidad era que, dechado de virtudes, había hecho un poco lo del de la parabola de los talentos que lo esconde bajo tierra. Bueno, no exactamente, más bien un pasearlos sin invertirlos, no en nada que implicase riesgo real de perderlos.
Estoy pensando ahora que la actitud tiene bastante lógica. Quiero decir que los vaivenes migratorios habían hecho algo de mella y ante la relatividad cultural que marcaba la ley de cualquier cosa que se moviese u oliese, tiene sentido que buscase con ahínco, desesperación, aferrarme a cualquier cosa que aportase mínima sensación de permanencia y desarrollase una defensiva aversión al riesgo real… Supongo que esto nos llevaría de nuevo a hablar de Medicina, en aquello que de ciencia exacta tiene (una porción perfectamente descriptible que diría aquel) pero también tendrá que ser otro día.
Bueno, te haces una idea. Acabo de empezar a estudiar,Medicina. Un designio raro del destino. Yo había querido ser piloto de aviones y biólogo marino, en una época más remota intelectual, y en algún otro momento político, miembro del consejo escolar, oh yeah. Al solicitar plaza en la Universidad, la de Las Palmas, que era en la que quería estar, había incluido medicina y alrededor de 8 o 9 ingenierías, jajaja. Absurdo parece, sabía que me darían la primera plaza elegida, pero ahora me haces pensar en esto y me invade una carcajada al darme cuenta de cuán certera es la vida en sus avisos, siempre que esté el oído al tanto para escuchar…
La inscripción en Valencia la hizo tu abuelo, yo seguía en Canarias y recuerdo borrosa una conversación vía teléfono móvil (una novedad en la época) en la que yo insistía en incluir la opción de Enfermería, sin motivo objetivo que pudiese respaldar mi demanda, la verdad, pero, al igual que en el caso anterior, lo leo en retrospectiva y me hace cuestionarme toda hipótesis que se pueda formular acerca del dominio de la razón sobre el instinto como guía personal o cultural.
Decía que acababa de traspasar la puerta aquella alta de la Facultad, el kiosko en que tanto tiempo iba a pasar, los escalones de entrada que el culo frío me iban a dejar, inmensos pasillos, frías escaleras, ceniceros, reprografía, la sala de estudio y aquella vidriera del «Ars longa, vita brevis» que casi una década me iba a dedicar a contemplar. No me estaba yendo mal pero, sin entrar en detalles, nada de aquello respondía a mi hambre real.
Andaba yo por aquel entonces bastante enfrascado en el tema de «salvar al mundo», entiéndase Tierra. Por alguna razón me parecía el único proyecto digno de atención… Participaba en una actividad de voluntariado, pero también en un grupo en que analizar tanto las actividades como el sustrato económico, político y social de las causas que generaban la necesidad de las mismas. Era un grupo cristiano digamos, en denominación y discurso, en el que no se hacía en absoluto incómodo no tener claro a que dios adorar o si era mucho mejor apostatar. El motor y el objetivo eran otros.
Pues allí, entre otras cosas, conocí aquellos cuadernillos que ponían negro sobre blanco los fundamentos del pensamiento que, de algún modo, seguíamos. Se llamaban «Cristianisme i Justicia». Lo editaban los jesuitas, en Barcelona, claro. Digo claro porque a pesar de estar convencido de que el pensamiento de la comunidad (jesuítica) canaria era mucho más avanzado, o al menos más universal, era en Barcelona donde ya a finales de los 90 la efervescencia de los movimientos sociales de base se concretaba en una realidad. Si, los 90, se que te habrán contado lo del 15M, que tiene que ver, pero es estación y no origen de tantas de las cosas que después iban a pasar.
Allí me leí un día un artículo de un tal Pablo Sols (no te imaginas cuán surrealista me parece acordarme de su nombre completo). No recuerdo exactamente su contenido pero sí creo recordar que incidía de forma repetitiva en el efecto perverso de la mediocridad, en la vida y en la sociedad. El señor Sols, más probablemente Padre Sols, era un jesuita destinado en República Dominicana, o algún otro destino isleño y tropical, pero sin pulsera de todo incluido ni piscina en la que retozar.
Anduve…anduve gilipollas que decía el chiste. Yo no se que escribió este señor para que yo lo recuerde décadas más tarde como si fuese el acuñador mismo del término mediocridad. A mi, en ese momento, todo lo suyo me pareció fatal.
La culpa fue de los Jesuitas, malditos. Cuando comenzamos el voluntariado nos pasaron un formulario con preguntas varias que no recuerdo, a excepción de una: que tarea desearías NO hacer. Yo, bueno, iba a salvar el mundo así que «pa mi todas» pero en un acceso de iluminación intercurrente contesté: Niños.
Pues sí, efectivamente, fui asignado a un voluntariado infantil. Su puta madre. El tema de no querer niños era porque estaba acostumbrado a trabajar con ancianos pero también porque ver el dolor y la injusticia en su origen era algo que no necesitaba hacer personalmente, prefería teorizar.
La cuestión es que ahí andaba yo, profundamente sólo y jodidamente perdido, pero manteniéndole un poco la cara a la vida en la facultad, en casa y en el voluntariado, en modo quiescente, tratando de no hablar demasiado alto para no despertar a la bestia que intuía se escondía más allá del cristal.
Ya te he explicado en esa larga introducción que yo me conocía mediocre desde la propia fiesta de graduación. La Facultad lo apaciguó un poco pero allí también encontré personas y retos que me hacían empequeñecer, Pilar, María, la anatomía del brazo, la física de fluidos… Más discretamente se colaba en mi la brutal aculturación de la peninsularización y valencianización que hacían volar por los aires cualquier inmutable principio al que me hubiese podido aferrar con anterioridad. Tanto como los necesitaba en ese momento de giro hacia una nueva madurez, en esa introducción intensiva a la muerte y el enfermar, a la realidad efímera de una vida que todavía no había llegado a palpar, no quedaba muchos más allá que Silvio Rodríguez a lo que abrazar sin miedo abisal.
Así, para mi la mediocridad era no sólo una realidad personal sino más bien una necesidad. Cualquier estridencia podía desmontar un castillo de naipes espiritual, profesional y (a)cultural (así pasaría poco después, sí, otra carta). Había más: defendía, al igual que lo defiendo ahora, el derecho a la no heroicidad, y en ese momento una cosa y otra me parecían dolorosamente intercambiables.
Pues nada, que acaba la historia, que en realidad no es para tanto si no fuese por su persistente persistencia en mi memoria. No se si te puedes imaginar un mundo sin teléfono móvil, y en el que para escribir un email tienes que salir a la calle y pagar unas pesetas por hora de uso… Bueno, eso es lo que había. Y allí que fui. Porque Sols era misionero pero moderno, y firmaba con dirección de email.
Y le escribí desde la cafetería adyacente a la facultad, la de la primera cuenta de correo y el chat-room local, al jesuita este que se atrevía a darnos lecciones a los mortales desde el palco inmaculado de su heroicidad. Jajaja. Y pensar que en esa época estaba oficialmente cuerdo. La verdad es que no recuerdo lo que escribí ni lo que me contestó, lo que sí se es que no generó una provechosa amistad epistolar.
La cuestión es, sobrino/s, que pasado el tiempo no se si aprendí a diferenciar mediocridad y humanidad o simplemente sucumbí a la primera. Me gustaría pensar que no, que hay una clara línea entre aceptarnos en nuestras fallas, debilidades, límites, la eterna enfermedad que es nuestra humanidad; y aceptar en nuestro destino el sino de renegar de la libertad.
Quiero decir que la mediocridad, vista desde mi tiempo y lugar, tendría más que ver con el ahuyentar la magnífica y cruel humana falibilidad, que con un llevar un ajustado contador de éxitos y fracasos. Por ser algo más sintético, creo que esa mediocridad a la que se refería Sols tiene que ver con no hacer aquello de lo que somos capaces, no con no estar capacitados para una misión en concreto. Pero cuidado, querido, tú que conoces el Hombre desde la Ciencia sabes que las potencialidades son muchas y las capacidades casi infinitas así que tampoco des por admisible la acomodaticia falsa humildad como pretexto para soslayar la desafiante realidad.
No quiero decir con esto (supongo que lo tengo que explicar porque la palabra sigue evocando en el fondo idénticas pasiones) que te recomiende la excelencia sin freno; el éxito o fracaso a cualquier precio con tal de haber jugado la partida. No. Como te he dicho en alguna otra carta creo que debes partir de ti mismo, de tu voluntad y deseos para saber a qué retos (y cuándo) quieres enfrentar. Para eso, sí, conviene forzar límites y tocar el infierno, al menos olerlo. Te diría que con prudencia pero sería un consejo horrible porque te haría pensar que tienes el control de algo que nos supera con creces. Mejor una pizca de honesta humildad: la vida es sujeto, y tú predicado, es decir, sometido, conjugado o accionado. Mientras conozcas tu lugar la supervivencia no la vas a tener nunca asegurada, pero sí al menos la consciencia, que es casi como decir la libertad.
Algo raro pasa en el invernadero porque escucho llover, quizá sea mi imaginación. Parece que he tomado la costumbre de escribirte de noche. Esta vez sin más insomnio que el que me producían las ganas de dialogarte. Quizá el confesarte en la carta anterior el egoísta co-propósito de estas letras ha aligerado generosamente el peso del (otro) pecado original.
Have a rest now. Be prompt later.
Love
J.